Era yo muy astilla cuando esta serie arrasó y se convirtió en casi mítica. Eran otros tiempos, y los robots ya podrían tener el colorido que quisiesen, que en mi casa todos eran en blanco y negro con una amplia gama de grises. En aquel entonces, no había crio en mi barrio que no coleccionase los cromos de Mazinger, que no se supiese de carrerilla la letra entera de la presentación, e incluso algunos con papás solventes tenían disfraces o, en su defecto, unos puños de plástico que salían disparados. Jugar a ser Koji Kabuto o su propio robot era de lo más común, y algunos niños hasta tenían fantasías húmedas con Sayaka o (aún más surrealista) con la Afrodita-A de ésta, y su fuego de pecho en el que le salían volando las berzas. Sea por lo que fuere, el caso es que muchos años después aún continuaba recordando la serie como una maravilla.
Hasta que hace poco la repusieron en algún canal de éstos expertos en rebuscar en el baúl de los recuerdos, y tuve la desgracia de volver a ver un par de episodios.
Al margen de que por fin los robots tuviesen colorido, constaté que la animación es una birria, el diseño de personajes una puñetera pena, y los guiones una aberración machista de tiempos pretéritos. Como muestra, me remitiré a uno de los episodios que revisé, en el que Koji llega a casa a comer y tras soltar a Sayaka un discurso cuyo resumen más escueto sería "la mujer y la sartén, que en la cocina estén", ella le replica y nuestro héroe, con la boca llena de sopa que ha preparado la pobre chica, comienza a abofetearla una y otra vez, para concluír por vaciarle el plato de sopa dentro del escote. A todo esto, el hermano pequeño del Koji de los cojones no deja de reír ni de aplaudír la hazaña.
A mi, simplemente me dió una verguenza inmensa y me alegré de que aquellos tiempos de dudosas enseñanzas subliminales hubiesen pasado. Pero ayer pude comprobar como la estupidez humana es inmensa y gusta de repetír actos vergonzosos del pasado.